jueves, 28 de mayo de 2009

Gran Barcelona.


Soy aficionado al fútbol, deportivista de corazón, y confieso que en muchas ocasiones también anti-madridista y anti-barcelonista. Pero ante todo, me gusta el fútbol como espectáculo. Quiero decir con esto que los partidos de mi equipo los veo porque soy seguidor, e independientemente de lo bien o mal que lo estén haciendo existe la emoción del resultado que te mantiene ahí por el amor a tus colores. Sin embargo, los demás partidos sólo me interesan si el espectáculo es bueno. Y durante esta temporada el únido equipo -al menos en España- que me aseguraba esto era el Barcelona. O sea, que he visto bastantes partidos del Barça este año. Y la verdad es que aún no siendo culé, he disfrutado con el fútbol honesto y fresco del equipo de Guardiola. Siempre al ataque, nunca especula, y además es un equipo que apenas da patadas. De lo mejor que he visto nunca. ¡¡Felicidades Barcelona!!

miércoles, 27 de mayo de 2009

Impresiones de un viajero

Hoy quisiera subir a mi blog un artículo que he leído (en el país digital) a instancia de mi amigo John Salinero, que he disfrutado leyendo y que me gustaría compartir con quien aquí se acerque. Trata de como nuestro país se ha desarrollado y transformado tanto socialmente como a nivel físico y demográfico. Me parece muy acertado en su gran mayoría:



Entre la derrota definitiva de Napoleón, hacia 1814, y la Primera Guerra Mundial transcurren 100 años de paz entre los Estados europeos, con mínimas interrupciones no demasiado lesivas. En esos 100 años el continente pasa de la sociedad estamental del Antiguo Régimen, con abrumadora mayoría de población campesina y un modo de vida casi medieval, a la moderna sociedad metropolitana y la tecnificación rampante. Es el salto del París que toma la Bastilla al de Haussmann, de la campiña de Jane Austen al Londres de Dickens. Un súbdito que se mueve en 1814 a pie, a caballo o a vela, se traslada en 1914 en ferrocarril, naves a vapor o en avión. El mundo material había cambiado más aceleradamente en aquellos 100 años que en los 2.000 anteriores.
Eso no sucedió en España, o sucedió de un modo notablemente enclenque: la sociedad española de la Segunda República se parecía más a la francesa del Antiguo Régimen que a la del siglo XX. Cuando comienza la tecnificación, hacia 1810, este país era un trozo de África clavado en Europa. Los soldados franceses de la guerra napoleónica debían de juzgar a la población rural española más o menos como los marines americanos a la de Irak: tribus analfabetas, de un arcaísmo insondable, fanáticos de su religión, sujetos a la esclavitud política y contentos con ella. La guerra de guerrillas, ese infame invento español, no difiere demasiado de lo que ahora usa Al Qaeda.
Cuando en 1906 publica Baroja su trilogía de La lucha por la vida, un monumento literario que pocos quieren recordar (su mejor trabajo, a mi modo de ver), el retrato de Madrid que allí se expone es demoledor. Ciertamente, Baroja escribe estampas negras a la manera de los grabados de su tío Ricardo, pero es imposible no reconocer en ellas un aspecto verídico de la vida española de comienzos del siglo XX, confirmado por viajeros, antropólogos, fotógrafos, periodistas y otros artistas. Son estampas desgarradas de gente degenerada por la miseria, pero que vive a diez minutos de la Puerta del Sol. Y son legión. El volumen menos vivo de la trilogía, Aurora roja, feroz caricatura del anarquismo que se iba expandiendo entre el lumpen, cierra toda puerta a la esperanza. Parecía que España iba a fundirse para siempre con el continente africano.
Si uno lee lo que escribía Azaña poco después, por ejemplo la célebre conferencia El problema español que dio en la Casa del Pueblo de Alcalá de Henares en 1911, se tiene la impresión de estar asistiendo a una escena de la trilogía barojiana, pero en el ámbito de la política. Azaña muestra la abyección moral en la que se ha sumido un pueblo dominado por caciques brutales y una jefatura del Estado que incita a la corrupción, el crimen y la barbarie.
España no había dado el gigantesco salto de sus vecinos y había perdido el siglo XIX como quien olvida una maleta en la estación. Ese atraso de 100 años lo llevaría colgado del cuello otro siglo, como el albatros muerto del viejo marinero, porque tampoco la España de Franco avanzó un paso hacia la cordura económica hasta los años sesenta y sólo en 1980 comenzaría seriamente la evolución material y política que Europa había emprendido 100 años antes. Creo que no será exagerado decir que con Felipe González entró por fin el capitalismo (es decir, la democracia) en España, ya que lo anterior ni siquiera puede calificarse de capitalismo: estaba demasiado próximo al feudalismo, cuando no al despotismo dieciochesco.
Si uno examina los 100 años que han transcurrido desde aquellos textos de Baroja y Azaña hasta hoy, no puede extrañarse de la enormidad de agujeros, retrocesos, equívocos, chapuzas, cortocircuitos o puntos ciegos que aún quedan por resolver en la democracia española (tan poco europea, tan hispanoamericana) y en la vida material de los españoles. El abrumador poder del Estado, la burocracia asfixiante, el feudalismo fáctico, los privilegios de los poderosos, la arrogancia de los eclesiásticos, la nulidad de la enseñanza, la barbarie tolerada y aún azuzada por políticos y jueces, el narcisismo regional, la exigua ilustración de las clases dirigentes, no es nada más, en fin, que pura herencia.
Todo lo cual resulta de haber tenido que cubrir dos siglos en uno solo. Nos quedamos sin siglo XIX, de modo que lo recorrido a partir de 1980 ha sido vertiginoso. Como es lógico, todavía arrastramos mucha incuria del siglo perdido, la cual afecta a millones de ciudadanos a través de abusivos monstruos feudales como Renfe, las eléctricas o Telefónica, incapaces de adaptarse a las normas europeas, ya que en lugar de servir a sus clientes son los clientes quienes sirven a estas compañías. Un atraso que comparten con partidos políticos desprestigiados que se protegen con una especie de sindicalismo vertical. Han aprendido mucho de Italia, también es cierto.
El cambio más evidente y espléndido tengo para mí que se ha producido en las ciudades de provincias, las pequeñas y las medianas, que hace 40 años eran poblachones en los que apenas se veía por las calles a unas viejas de pañoleta negra, labriegos sarmentosos y bobos bizcos, como en las películas de Buñuel, pero que hoy forman el hábitat más confortable del país.
Ahí es donde la vida resulta ahora más civilizada, provechosa y sociable. Casi todas han convertido sus centros históricos en peatonales, han reparado los monumentos que se caían a pedazos, han abierto espacios para el paseo o la reunión, han agilizado los servicios y han mejorado enormemente el transporte hacia los centros urbanos decisivos. Yo diría que la tarea más productiva del periodo democrático, hasta hoy, ha sido la redención de las ciudades provincianas.
Las grandes urbes, por el contrario, no han logrado hacer más fácil la vida a quienes no tienen más remedio que vivir en ellas. Todavía Madrid, Barcelona, Valencia o Sevilla sufren el caudillaje de los automóviles, la agresión de los ociosos violentos, el abuso de las compañías de servicios, la inepcia de los burócratas, la impunidad del crimen o el envenenamiento del aire. Aunque hay grandes diferencias, naturalmente.
Barcelona, que había emprendido una senda de regeneración bien dirigida por técnicos capacitados, ha caído en los últimos años en un oportunismo de aficionados sin formación alguna que la está destruyendo como ciudad civilizada. Madrid, por el contrario, ha dejado de ser aquel corralón barroco y es hoy una agradable ciudad neoclásica. Es cierto que el sentimentalismo de la Guía Michelin y su romanticismo filisteo todavía valoran más Gante que Dresde, el gótico que el neoclásico, pero algún día tendrá que corregirse, aunque sólo sea por la fatiga que causa la repetición de un cliché.
Curiosamente, los ciudadanos de Barcelona, ciudad cada vez más levantina, es decir, sucia, ruidosa, ineficaz y jaranera, adoran su ciudad y la tienen por la más homérica de las creaciones, de manera que sus munícipes no tienen que hacer absolutamente nada para contentar a una población que vive en el éxtasis. Por el contrario, todos los madrileños con los que he hablado detestan a su ciudad, la odian fieramente, lo que sin duda es un acicate para que los responsables políticos y municipales suden para complacer a una ciudadanía que les está escrutando hasta el más mínimo movimiento. Ventajas de aquellos lugares en los que existe oposición.
Sin embargo, una vez redimidas las provincias, no estaría mal emprender la reforma de las capitales para hacerlas más habitables y racionales, menos cautivas de la corrupción, el crimen tolerado y el clientelismo. La ruina económica va a facilitar, creo yo, esa limpieza municipal. Quizás el próximo capítulo de la democracia española pase más intensamente por esa regeneración urbana que por las Cortes.

martes, 26 de mayo de 2009

Todo lo que sea debatir bienvenido sea. Por lo tanto antes de criticar nada quiero dejar claro, que debatir, por ineficaz que parezca, simpre deja algo tuyo en tu interlocutor y algo de él/ella en ti y en los que escuchan.
Todo esto viene a colación porque ayer por la noche estuve viendo y escuchando el debate para las elecciones europeas entre Mayor Oreja y López Aguilar.
Lamentablemente, e igual que había ocurrido en los debates de hace un año Zapatero vs. Rajoy, me queda la sensación de que en realidad estamos ante dos buenos oradores que utilizan sus armas para dejar en evidencia a su oponente, pero que no logran enfocar debidamente cual es el objetivo en cuestión, y cuales son sus ideas, programas, y líneas de actuación previstas para cuando, dado el caso, tengan que tomar decisiones.
Mayor Oreja, como era previsible, llevó el debate al tema del desempleo, y cómo de mal, según él, está gestionando el gobierno la crisis. En ningún momento quiso abordar los problemas españoles desde una clave europea, ni quiso ahondar en los grandes cambios y desafíos que tendrá que afrontar la UE en los próximos años. Por su parte, López Aguilar, como no podía ser de otra manera, no evitó el cuerpo a cuerpo, y se defendió atacando los puntos débiles de la derecha liberal. Estamos manejando, como otras tantas veces la carta del miedo a la derecha, sobre todo a esa más radical, que bien podría encarnar Mayor Oreja. Le reprocho, que no haya nada de temas que nos preocupan bastantye a los gallegos, como el tema de la leche, la pesquería, o los fondos de cohesión.
En definitiva, el PP juega la baza del descontento social, pero deberíamos tener en cuenta los ciudadanos, que precisamente en estos momentos difíciles, es cuando más debemos alejarnos de posturas nacionalistas y radicales, y cuando más necesitamos políticas sociales fuertes, para crear un futuro más seguro y próspero.


GREEN

I left my life to go to live somewhere that has no name
The greenest place that I have never, ever seen
It’s near here if you wanna come with me
The only thing you’ve gotta be is an open minded man
Be a open-minded man.

Don’t worry now it’s time to feel the raindrops on your skin
If you are mad, you should be glad because here that is fine
And I must say you don’t have to face any duties at all
The only thing you’ve gotta be is a completely free lad
Be a completely free man

It seems many people think, they’ve got many lives to live
But there is really only one, we should never forget that

So I’m not gonna take you home tonight
We’ll see the stars risen up in the sky
If you let me love you, I will make you fly
Let’s spend everyday as if it was the last

Once someone asked me how he could get into my green place
I told him: you must forget all that you’re always worried of
Leave your unreal, material world and seek inside your soul
If you do so, easily you’ll know how to find your greenest place
You will find the happiness

It seems many people think, they’ve got many lives to live
But there is really only one, we should never forget that

So I’m not gonna take you home tonight
We’ll see the stars risen up in the sky
If you let me love you, I will make you fly
Let’s spend everyday as if it was the last