viernes, 11 de abril de 2008

Política Fronteriza

La nueva legislatura ha empezado y parece que al fin el principal partido de la oposición ha asumido su derrota. No es sin tiempo. Le ha llevado cuatro años, pero parece, al menos ahora de inicio, que los dos grandes partidos tienden a moverse a posiciones más centrales, con lo cual se intuye una legislatura menos bronca que la pasada.
Tenemos por delante una época apasionante en la que el gobierno tendrá que afrontar retos importantes como la emergente crisis económica, la reforma de la justicia, la `reconstrucción´ de una UE más unida y con mayor peso frente a USA y China, o el conflicto de ETA.
Pero un tema que en mi opinión es tan importante como los anteriores, y sobre el cuál creo que todos los ciudadanos deberíamos tener una conciencia política máxima cuando acudimos a las urnas, es el de la inmigración.
Éste fue uno de los puntos tratados en la reciente campaña electoral por parte del PP con mayor falta de seriedad, falta de responsabilidad política, e incluso populismo rancio y de poca monta. Y creo, y espero que en los próximos años cambien su estrategia a este respecto, pues en política no todo debería valer. Hay asuntos que, si un partido opta a gobernar, no se pueden valorar en clave electoral.
Opino que las políticas de inmigración tienen que ser consensuadas, ya no sólo a nivel nacional si no también europeo. Creo que la UE está en la necesidad de crear órganos más fuertes para empezar a gestionar con seriedad y eficacia un problema que se me antoja uno de los más serios del siglo XXI.
Es un asunto tremendamente complejo, pero tenemos que tomar conciencia de que es un problema de todos, no sólo de los de allá -los pobres- si no también de los de aquí -los ricos-. Y si queremos dar un primer paso hacia un mundo más igualitario, la ciudadanía hemos de transmitir a nuestros dirigentes que éste es un tema tan central para ser tratado como lo son la economía o el terrorismo.
Y no se trata de caridad. No. La presión migratoria es como una olla a presión. De ninguna manera conseguiremos despresurizarla si hacemos políticas tendentes a blindar nuestra burbuja de bienestar y olvidando lo que ocurre en nuestro entorno. De esta manera sólo incrementaremos la presión y agravaremos el problema.
El diagnóstico para este enfermo llamado mundo es muy sencillo y bien conocido por todos: padecemos un brutal desequilibrio en el reparto de los recursos del planeta. Tan obvia es la disfunción como difícil parece ser su cura. Pero hay un hecho irrefutable y sobre el cual todos deberíamos reflexionar profundamente: 5/6 de la población de este planeta vive sumida en la pobreza o sus alrededores, y mientras tanto el 1/6 restante se aprovecha y consume el 80% de la riqueza mundial.
Por lo tanto, la solución -al menos un primer paso- consiste en crear políticas de desarrollo bien gestionadas en los países de origen, que han de tener su contrapartida en forma de compromisos serios en cuanto al control de las fronteras, respeto a los derechos humanos, y facilidad para los tramites de repatriación por parte de éstos.
Ésto es sólo un principio, y nuestro gobierno en ello está. Pero tiene que darse.
¡¡Ojalá!!