viernes, 6 de junio de 2008

Chris Hedges; Pablo Pombo


Hoy, como habitualmente suelo hacer, me he dado una vuelta por la blogosfera progresista, y navegando me he encontrado una de esas perlas en forma de blog que de vez en cuando se abren en tu pantalla y te reconcilian con el pensamiento humano.

El blog en cuestión es ``el borrador.blogspot.com´´ de Pablo Pombo y en él pude leer un post maravilloso en el que Pablo introducía un fragmento de un discurso que el periodista Chris Hedges -ganador de un premio Pultizer- hizo el pasado 28 de Mayo en la americana universidad de Furman.
Me ha parecido tan brillante y clarificador que no he podido resistir la tentación de colgarlo en mi blog:

"Yo vivía en un país que se llamaba América. No era un país perfecto, sobretodo si eras un afroamericano o un americano nativo, o un descendiente japonés durante la Segunda Guerra Mundial, o pobre, o homosexual, o una mujer, o un inmigrante; pero era un país que quería y honraba. Aquel país me daba esperanza. Pagaba a sus trabajadores sueldos que eran la envidia de todo el mundo. Aseguraba que aquellos trabajadores, por los sindicatos y los defensores de la clase trabajadora en los medios de comunicación y en el Partido Demócrata, tenían protección social y pensiones. Ofrecía una buena educación pública. Honraba los valores democráticos básicos y tenía en estima el estado de derecho, incluyendo la legalidad internacional y el respeto de los derechos humanos. Tenía programas sociales para los niños y los parados y la seguridad social para cuidar de los más débiles de entre nosotros, los enfermos mentales, los mayores y los indigentes. Tenía un sistema de gobierno que, por muy defectuoso que fuese, se dedicaba a proteger los intereses de sus ciudadanos. Ofrecía la posibilidad de un cambio democrático. Tenía medios de comunicación diversos e íntegros para dar voz a todos los segmentos de la sociedad, incluyendo a los más allá de nuestras fronteras, para comunicarnos las verdades desagradables, para desafiar a los poderosos, para explicarnos a nosotros mismos.
No soy ciego a las imperfecciones de aquella América, o los fracasos para lograr sus ideales dentro y fuera de casa. Pasé 20 años de mi vida en América Latina, África, Oriente Próximo y en los Balcanes como corresponsal, informando en países donde se cometían crímenes e injusticias en nuestro nombre: durante la guerra de los contras en Nicaragua o el maltrato de los palestinos por las fuerzas de ocupación de Israel. Pero había mucho que era bueno, decente y honorable en nuestro país. Y había esperanza.
El país en el que vivo ahora utiliza esa mismas palabras para describirse, los mismos símbolos e iconografía patrióticos, los mismos mitos nacionales pero sólo queda la cáscara. América, el país de mi nacimiento, el país que me formó y me modeló, el país de mi padre, del padre de mi padre y de su padre también, extendiéndose hasta las generaciones de mi familia que estuvieron aquí para la fundación del país, está tan disminuido que casi no se le puede reconocer. No sé si esta América volverá, pero rezo y trabajo para su vuelta.
El "consentimiento de los gobernados" se ha convertido en una frase vacía. Nuestros libros de texto sobre las ciencias políticas son obsoletos. Nuestro estado, nuestra nación, ha sido raptada por oligarcas, empresas y una elite política estrecha de miras y egoísta; un pequeño grupo de privilegiados que gobierna en nombre de unos intereses adinerados. Estamos experimentado, como lo escribió John Ralston Saul "un golpe de estado a cámara lenta". Nos están empobreciendo - legal, económica, espiritual y políticamente -. Y a menos que invertamos esta tendencia, a menos que arrebatemos el Estado de las manos de las corporaciones, seremos aspirados por el mundo oscuro y turbulento de la globalización donde sólo hay amos y siervos; donde el sueño americano no es más que eso, un sueño; donde los que trabajan duro para ganarse la vida ya no pueden ganar un sueldo decente para mantenerse a sí mismos y a sus familias, en las fábricas de China o en el Cinturón del Óxido de Ohio; donde la disconformidad democrática está condenada como una traición y se silencia sin piedad. […]
¿Cómo hemos llegado tan lejos? ¿Cómo ocurrió? En una palabra: desregulación, el desmantelamiento sistemático del capitalismo ordenado, que era la marca del estado democrático americano.
Nuestro declive político ocurrió por culpa de la desregulación, la revocación de las leyes antritust y la transformación radical de la economía manufacturera en una economía de capital. Este entendimiento llevó a Franklin Delano Roosevelt, el 29 de abril de 1938 a enviar un mensaje al Congreso, titulado "Recomendaciones al Congreso para Contener los Monopolios y la Concentración del Poder Económico".
Escribió: "La primera verdad es que la libertad de la democracia no está a salvo si la gente tolera el crecimiento de un poder hasta que esté más fuerte que el estado democrático mismo. Esto, en su esencia, es fascismo: que un individuo, un grupo u otro poder privado controle y tenga en propiedad el gobierno. La segunda verdad es que la libertad de una democracia no está a salvo si su sistema de negocios no brinda empleo, ni produce ni distribuye los bienes de tal manera que sostenga un nivel de vida aceptable". […]
La clase trabajadora tiene todo el derecho de estar, para robarle la expresión a Obama, amargada con las elites liberales. Yo estoy amargado. […]
Los seres humanos no son productos. No son bienes. Se afligen y sufren y se desesperan. Crían a hijos y luchan para mantener a las comunidades. La división creciente entre clases no se puede entender, a pesar de la insinceridad de muchos medios de comunicación, con complicadas series de estadísticas o con la absurda y utópica fe en la globalización irregulada y acuerdos comerciales complicados. Se entiende en la mirada de un hombre o de una mujer que ya no gana bastante dinero para vivir con dignidad y esperanza. […]
Un mundo basado en reglas es importante. La creación de organismos y leyes internacionales, la santidad de nuestros derechos constitucionales, nos han permitido ser un estado preeminente – cuya mejor vertiente busca respetar y defender el estado de derecho. Si destruimos los frágiles y delicados órdenes nacional e internacional; si permitimos que George Bush cree un mundo donde la diplomacia, la cooperación, la democracia y la legalidad son inútiles; si permitimos que estas salvaguardas internacionales y domésticas se vengan abajo, nuestra autoridad moral y política se desplomará. Erosionaremos la posibilidad de cooperación entre naciones-estados, incluyendo nuestros aliados más cercanos. Perderemos nuestro país. […]
Si no entendemos el veneno de la guerra - si no entendemos a qué punto este veneno es mortal – nos puede matar igual que la enfermedad.
La esperanza, escribió San Agustín, tiene dos hermosas hijas. Son la ira y la valentía. La ira ante el estado de las cosas y la valentía, para cambiarlas. Estamos al borde de una gran dislocación económica, una que precipitará a millones de familias fuera de sus hogares a una aflicción financiera severa, una que amenaza con desgarrar el tejido de nuestra sociedad. Estamos luchando en una batalla que devora vidas y capital, que no se puede ganar en el fondo. Nos dicen que tenemos que renunciar a nuestros derechos para estar a salvo, para que nos protejan. En resumen, nos meten miedo. Nos dicen que renunciemos a todo lo mejor de nuestra nación a los de la calaña de George Bush y Dick Cheney, que quieren destruir nuestra nación.
Un estado de terror sólo engendra la crueldad – la crueldad, el miedo, la demencia y luego la parálisis. En el centro del círculo de Dante, los damnificados permanecen inmóviles. Si no nos llena la ira, si no logramos producir valentía, incluso militancia, para desafiar a quienes en el Partidos Demócrata y en el Partido Republicano que nos llevan hacia el estado corporativo, habremos malgastado la valentía y la integridad que más necesitamos".